2. Sacar la basura
Era lunes otra vez y acababa de llegar a la oficina. Dejé mis cosas junto a la mesa para sentarme y encender el ordenador sin muchas energías. Llevaba días y días dando vueltas a la cabeza y notaba que eso me agotaba mentalmente, me sentía saturada de información y no sabía cómo gestionar tal exceso. Me había animado a contestar la encuesta propuesta por Marcos una semana antes para descubrir en mis respuestas que, no solo no tenía clara mi meta, sino que habían surgido dudas nuevas que añadir a mi colección. Por otra parte, había comenzado a leer el libro de Guonderful Laif y reconozco que aquella historia me enganchó desde la primera página, pero más que ayudarme en mis pesquisas, tal y como me había prometido mi nuevo y misterioso amigo, lo que hacía era evadirme de una realidad en la que últimamente no me motivaba mucho estar.
Abrí mi bandeja de entrada, como cada día, para descubrir que tenía una reunión a primera hora de la mañana.
—Pfffffff, lo que me faltaba… —mascullé para levantarme rápidamente e irme a la cocina a por mi café salvador, que ese día tendría que tomarme de manera más acelerada de lo normal.
Por el camino iba pensando en Marcos y en que no había dado señales de vida desde nuestro fugaz encuentro. Durante la semana había tratado de buscarle entre los empleados en nuestro sistema interno de mensajes con el fin de encontrar a alguien con ese nombre que tuviera una foto de perfil que coincidiera con su cara, pero no tuve mucho éxito, había demasiados Marcos y muy pocos con una imagen asociada.
Estaba junto a la encimera de la cocina removiendo el café rápidamente cuando escuché el sonido de alguien pasando. Me volví con la esperanza de que fuera él, pero era una compañera caminando por el pasillo de manera rápida. Nada más, solo el silencio de una oficina vacía a esas horas de la mañana. Abrí la puerta del armario para coger un sobrecillo de azúcar.
—Buenos días —dijo una voz junto a mí.
—¿Siempre tienes que hacer eso? —me sobresalté—. No te he visto entrar.
Sus ojos risueños me miraban detrás de sus gafas de pasta.
—Soy sigiloso —respondió mientras se preparaba su café.
—Oye, tengo tu libro, que te dejaste el otro día, espera que voy a por él—hice el amago de salir a buscarlo.
—No, tranquila, lo dejé para que le echaras un vistazo.
—Como te fuiste así, pensé que lo habías olvidado.
—¿Que me fui así? ¿Cómo me fui?
—Pues rápido y sin avisar…
Me observó un instante muy fijamente.
—Pero si me despedí, pero tú no me escuchaste, estabas ahí tan concentrada en tus pensamientos…
Me quedé parada un momento, ¿tan dormida estaba? Estaba convencida de que se había ido sin decir nada, pero me encontraba demasiado cansada como para iniciar una discusión sobre aquel tema tan intranscendental.
—¿Y qué tal te ha ido la semana? ¿Te leíste algo del libro? ¿Te animaste con la encuesta?
Aquellas eran demasiadas preguntas para mis neuronas matutinas, pero aún así hice un esfuerzo para contestarle. Lo cierto es que durante aquellos días había ensayado lo que le diría si volvía a encontrarme con él, pero tal y como suele suceder en estas situaciones, mi guion mental se disipó cuando le tuve delante, así que improvisé una respuesta con una calidad muy acorde al sueño que tenía en esos momentos.
—Pues yendo por partes, te diré que el libro me lo he empezado a leer y me ha enganchado, pero por ahora no he encontrado ninguna respuesta a mis preocupaciones y la encuesta solo me ha puesto más incertidumbre encima, ahora estoy más perdida que antes.
Me sonrió mientras se sentaba a tomarse su café al mismo tiempo que yo permanecía de pie para hacer lo mismo, no tenía demasiado tiempo antes de la reunión y aunque tenía ganas de continuar con aquella conversación, solo disponía de un par de minutos más antes de despedirme.
—Bueno, entonces sí que tienes algo más claro, como decía Sócrates: «Solo sé que no sé nada».
Le miré con gesto de fastidio antes de contestarle.
—Más que no saber nada lo que me encuentro es saturada, tengo tal cantidad de información que me siento abrumada.
—Es uno de los males de nuestro siglo, estamos tan expuesto a un exceso de información que a veces es difícil seleccionar la que más nos conviene, pero para responder a esta encuesta no tienes que depender de la información externa, sino de la interna.
—Puede que sea así, pero tengo demasiadas cosas en la cabeza, muchas tareas que hacer, a veces no tengo ni tiempo de pensar en mis cosas, de hecho, ahora me tengo que ir corriendo a una reunión…
Me bebí deprisa lo que me quedaba del café y me acerqué al cubo de reciclaje, que estaba detrás de su asiento, para tirar el vaso. Él me escrutó mientras lo hacía y se levantó para ponerse de pie delante de mí. Se acomodó sus gafas y se colocó el nudo de la corbata sobre su camisa blanca antes de hablarme.
—Esto es lo que tienes que hacer exactamente para encontrar la solución a tus dudas.
—¿Cómo? ¿El qué?
—Sí, ¿qué es lo que acabas de hacer?
—Eeehhh… ¿Tirar un vaso? —le respondí estupefacta.
—Exacto, tirar lo que no te sirve. Haz limpieza, ordena tus cajones, limpia la bandeja de entrada de tu correo electrónico, deshazte de todo lo que no utilizas y luego me cuentas —abrió el cubo y lanzó su vaso, también vacío, dentro.
—Pero…
—Perdona, me tengo que ir, tengo una reunión importante. Que tengas muy buen día y ¡saca la basura!
Me sonrió y salió de la cocina para dejarme allí sin saber cómo reaccionar. Tras unos segundos, salí detrás de él y me dirigí a mi sitio para unirme a la reunión.
Solo me quedaba un minuto y no encontraba los auriculares para poder conectarme. Tuve que bucear un rato en el cajón de mi escritorio entre rotuladores gastados, notas usadas y cargadores varios hasta que pude encontrarlos. Ya llegaba un minuto tarde. No, si al final iba a tener que hacerle caso. Por cierto, me había dicho que también tenía una reunión importante, ¿sería la misma que la mía? ¿Le encontraría allí de manera virtual? Nos habíamos despedido muy rápido y me había vuelto a ir sin preguntarle ningún dato sobre él. No sabía sus apellidos, no sabía en qué departamento trabajaba. Conecte los cascos mientras miraba el desastre de dentro del cajón y después mi correo electrónico con mas de dos mil mensajes en su bandeja de entrada. Tenía mucho trabajo por delante y una gran duda: ¿Quién era Marcos realmente?