1. La vida que quieres

¡Odio los lunes! ¿Pero qué clase de organización de semana es esta? ¿Quién se la ha inventado? Ya empiezo sufriendo los domingos por la tarde pensando en todo lo que me espera al día siguiente. Viene una de estar relajada el finde y hay que empezar así de buena mañana, que aún no se ha atrevido ni a salir el sol y no han puesto ni las calles, a correr para todo. Pero ¡qué manía de meter prisa! ¿Por qué hay que hacer las cosas de manera acelerada? «Hij@, tómate una valeriana y cuando te relajes hablamos», dan ganas de decir. Pero a ver quién es el guapo que tiene el valor de tomarse las cosas un poco relajadas, o te das vida o te llevan por delante… Iba resoplando pensando esto, camino de la cocina de la oficina, tras abrir el correo electrónico y encontrarme varios regalitos con exigencias. Eran las siete y cuarto de la mañana y necesitaba un café para vencer al sueño que me acechaba y así poder abordar aquella atareada jornada. Todos los días eran duros para mí, pero los lunes lo eran especialmente, ya que el resto de la semana teletrabajaba y eso me permitía despertarme algo más tarde de las seis de la mañana.

Entré en la cocina medio arrastrando los pies, llevaba mucho tiempo con ese nivel de estrés y la promesa de que iba a ser un pico de trabajo puntual después de dos años había perdido toda credibilidad. Estaba cansada, desmotivada y tampoco encontraba solución a la situación. Cambiar de empresa no parecía ser muy efectivo, ya que los compañeros que lo habían hecho se habían encontrado con un escenario similar. Y aunque las personas que me rodeaban, ajenas a mi trabajo, me decían que tenía una situación envidiable, tal y como estaban hoy en día las cosas, lo cierto es que yo sufría mucho cada jornada. Pese a soportar ese malestar, me había acomodado a recibir cada mes ese sueldo a cambio de pagarlo con mi salud, así que lo aceptaba sin más, habiendo convertido mi vida en algo mecánico sin muchas más ilusiones que ver una serie por las noches disfrutando de una cena poco elaborada.

Estaba de pie junto a la encimera de la cocina, removiendo el café con uno de esos palitos de plástico que hacía las veces de pseudocuchara, cuando una voz me sacó de mis enmarañados pensamientos.

—Buenos días —dijo en tono cantarín.

«¿Buenos días?», pensé. Me di media vuelta para descubrir una sonrisa masculina que contrastaba demasiado con aquel tedioso lunes.

—Buenos días —respondí, por no parecer borde, mientras seguía dando vueltas al café y a mi cabeza.

—Pues vamos a por la semana, ¿no? Afirmó, como queriendo iniciar una perfecta conversación de ascensor, sin cambiar su gesto alegre.

Tuve ganas de preguntarle qué se tomaba para estar tan contento, pero no tenía la confianza suficiente para hacerlo. De hecho, no le conocía, no le había visto nunca por allí, pero aquello no era extraño ya que en las últimas semanas había entrado mucha gente nueva en la compañía para reemplazar a todos los que se habían ido, descontentos con las condiciones de trabajo.

—Sí, a ver si pasa pronto —le contesté abreviando mucho todos mis deseos de ese instante.

Me miró con cara de sorpresa mientras se preparaba un café en una de las máquinas dispuestas para ello. Tenía un libro en las manos, que dejó sobre una de las mesas alargadas de la cocina, después se recolocó sus gafas de pasta.

—Bastante rápido pasa ya la vida como para desear que lo haga aún con mayor velocidad, ¿no? —siguió.

Yo le observaba completamente anonadada. Pero ¿de dónde había salido este tío?

—Bueno, yo no quiero que pase rápido la vida, solo las horas de trabajo —le solté aquella frase que me parecía demasiado obvia, tanto, que me dio hasta vergüenza decirla.

—Pues si no disfrutas de tu trabajo con todas las horas que hay que pasar en él, mal vamos, ¿no te parece?

—¿Tú disfrutas de tu trabajo? ¿En serio? Dime cuál es tu truco, por favor. Porque yo tengo la sensación de que no tengo vida aparte del trabajo.

Se desabrochó los botones de la chaqueta de su traje azul marino y se dispuso a sentarse en el sitio de la mesa donde había dejado su libro sin apartarme la vista.

—Claro que sí, ¿qué sentido tendría lo contrario? ¿Por qué pasarse la vida haciendo algo que no te gusta o de una manera que no te gusta?

—Bueno, espero que esto cambie algún día.

—¿Que esto cambie? ¿Que cambie el qué, exactamente? Si quieres que cambie algo de tu vida, pero tú no cambias nada, lo probable es que nada cambie. Además, vivir así es un poco angustioso, le estás cediendo el poder de cambiar tu vida a algo externo, cuando la realidad es que solo tú podrías hacerlo.

Me parecía que iba un poco de listillo, pero realmente me apetecía más continuar con aquella conversación que volver a mi puesto para hacer frente a las fastidiosas tareas que me esperaban ese día, así que me senté enfrente de él.

—Pero tampoco tenemos el poder de cambiar todo lo que nos rodea y hoy en día está complicado el tema del trabajo.

—¿Lo dices porque has intentado cambiar y no lo has logrado?

—No, la verdad es que nunca he intentado cambiar de trabajo porque por lo que dicen los demás, la cosa está complicada.

—Aaahhh, ya, lo que dicen los demás… ¿Y los demás quieren lo mismo que tú?

—Hombre, tampoco sé lo que quieren los demás, como comprenderás, no voy uno por uno preguntando —le dije ya rozando la bordería, no sé si quería hacerse el gracioso o el interesante, pero lo cierto es que comenzaba a irritarme ese afán de querer pasarse de listo.

—Vale, vale, dejemos a los demás. Entonces, ¿qué es lo que quieres tú?

—Yo que sé, muchas cosas, no estar tan estresada, por ejemplo.

Se bebió un sorbo de su café y me miró un instante con sus ojos castaños, que permanecían risueños detrás de sus gafas.

—Eso es muy general. Deberías ser un poco más concreta.

—Pues disfrutar de mi trabajo, de mi tiempo libre, no tener tanta presión.

—¿Dices que si no tuvieras tanta presión disfrutarías de tu trabajo? ¿Te gusta lo que haces?

—Pues… la verdad es que no mucho.

Me miró unos instantes en silencio, como midiendo las palabras que iba a decir a continuación.

—Dime una cosa: ¿tienes claro lo que te gustaría hacer?

Le observé callada, no sabía qué decirle, pero eso no era lo más grave, sino que no sabía qué decirme a mí misma. ¿Realmente tenía claro lo que me gustaba, a lo que desearía dedicarme? Las ideas no paraban de acumularse en mi cabeza.

—Quizás deberías leer este libro, a lo mejor te ayuda —dijo señalándolo. Guonderful Laif se leía en su portada—. Tiene una especie de encuesta que la protagonista va respondiendo a lo largo de la historia que te hace replantearte muchas cosas si la respondes tú también.

—¡Uf!, es que no tengo mucho tiempo.

—A ver, tiempo tienes, veinticuatro horas al día, como todo el mundo, el tema es en qué quieres emplearlo. Yo creo que utilizar un poquito de nuestro tiempo para mejorar nuestra vida es una buena inversión, ¿no? Piénsalo.

Me levanté para tirar el vaso de cartón del café, ya me lo había terminado y debía volver a mi puesto para seguir con el trabajo. Además, empezaba a incomodarme un poco aquella conversación que ponía el planteamiento de mi trayectoria profesional en entredicho. Me di media vuelta para contestarle, pero ya no estaba allí, ¿en qué momento había salido de la cocina? Vi que encima de la mesa se había dejado el libro y me asomé al pasillo para ver si lo veía, pero allí no había nadie.

—¿Has visto a un chico moreno con gafas y un traje azul marino, que acaba de salir de la cocina? —le pregunté a una compañera que pasaba por allí con unos archivadores en la mano.

Ella negó con la cabeza. ¿Dónde se habría metido? Solo habían pasado unos segundos, no era posible que se hubiera esfumado de esa manera. Empecé a plantearme si aquello había sido una imaginación mía, pero cuando entré en la cocina el libro permanecía encima de la mesa. Abrí su tapa para encontrarme dentro una lista con diez preguntas escritas a bolígrafo:

  1. ¿Eres feliz?
  2. ¿Cuándo fue la última vez que soltaste una carcajada?
  3. Define tu meta en la vida en una sola palabra.
  4. ¿Cuál crees que es tu papel en el mundo?
  5. ¿Crees que la relación con tu familia es de calidad?
  6. ¿Qué cambiarías de tu vida?
  7. ¿Te gusta tu aspecto? ¿Por qué?
  8. ¿Cómo te ves dentro de diez años?
  9. ¿Te arrepientes de algo que hiciste en el pasado?
  10. Describe tu estado de felicidad ideal.

Supuse que las había extraído del libro, tal y como me había comentado. Debajo de ellas había una nota escrita:

Un placer haberme tomado este café contigo, ahora tienes que tomártelo contigo misma planteándote estas cuestiones, ¿te atreves?

¡Hasta la próxima!

Marcos

Levanté la vista y me puse a pasear de manera nerviosa por la cocina. ¿Quién era este tal Marcos? Entraron un par de personas, así que cogí el libro y la nota y me los llevé a mi sitio con la esperanza de volver a encontrarme con él a lo largo del día. Les volví a echar un vistazo de soslayo y releí las preguntas. Ay, con lo que me gustan los retos…